La aventura del cine mexicano by Jorge Ayala Blanco

La aventura del cine mexicano by Jorge Ayala Blanco

autor:Jorge Ayala Blanco [Ayala Blanco, Jorge]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 1968-10-14T16:00:00+00:00


El horror

El cine mexicano no ha sido una empresa artística que se distinga por el desbordamiento de la capacidad imaginativa. Lo insólito, como categoría de la poesía cinematográfica, y posiblemente su condición sine qua non, es y sigue siendo un terreno baldío. Hemos dedicado todos los capítulos anteriores a las diversas manifestaciones de un realismo escueto y a sus derivaciones deformantes. Hemos insinuado varias veces que, en el campo de la invención fílmica nacional, lo que no ha sido folklore ha sido, salvo excepcionalmente, pedantería. Debemos ocuparnos ahora de la imaginación fantástica del cine mexicano, y hablar de ella consiste en referirse a los epígonos de una serie incompleta y al parecer inmotivada: el cine de horror mexicano.

En 1956, el director Fernando Méndez, hasta entonces oscurísimo cineasta populachero, realiza para la nueva casa productora del exactor Abel Salazar una película singular: El vampiro. Le sirve de antecedente su anterior película Ladrón de cadáveres. Casi de inmediato se explota la veta descubierta, en vista del éxito comercial obtenido. Viene la segunda versión del mismo asunto, con el mismo realizador, argumentista y cuadro de intérpretes: El ataúd del vampiro. La serie de vampiros draculescos tiene mejor acogida que la trilogía de Rafael Portillo sobre las aventuras de La momia azteca.

La avalancha empieza a formarse. Todo ayuda a ello. Estamos en el sexenio (1952-1958) más nefasto para el cine mexicano. Es el sexenio que consolida la burguesía industrial, después de su brillante principio en el periodo precedente. Pero la industria cinematográfica va a contracorriente. Es el sexenio en que el auge (cuantitativo) de las películas mexicanas empieza a decrecer. El cine no es el dorado lucrativo que los ambiciosos empresarios se esforzaban por idealizar. El imperio del cine nacional en los mercados latinoamericanos empieza a derrumbarse. Productores, argumentistas y directores comienzan a ser simples empleados de un inconcebible mecanismo basado en tabulaciones comerciales que no admiten ninguna iniciativa personal. El lento progreso del cine mexicano se detiene y el organismo genera las úlceras de su destrucción.

Es el principio del fin. Incluso los géneros más deleznables, como la comedia ranchera, encuentran la forma de avanzar en su degradación. Los géneros distintivos que hemos analizado se mezclan a un nivel ínfimo, desaparecen, se producen híbridos, se asimilan modas cinematográficas fortuitas. Es el desastre artístico más vergonzoso que cinematografía alguna haya padecido. Dominan el caballito cantado, la comedia ranchera, las películas de aventuras rurales filmadas en dos semanas, el melodrama radiofónico, el filme-rosario, el cine de cómico a base de morcillas y vulgaridad aplastante, las películas de luchadores, el cuento de hadas de policromía grotesca, los cucarachazos revolucionarios, las comedias rancheras de machorras y dulzura ebria, los merengues de sensiblería infantil-rocanrolero-eclesiástica.

Dentro de la pequeñez de espíritu más sobrecogedora, este tipo de cine presentaba una visión demasiado desinfectada y pacífica de la realidad ambiental. Era indispensable la compensación. En su decadencia, cuando ya no tiene cabida ni la deformación ingenua de la realidad, el cine mexicano viene a descubrir lo aberrante. El cine de horror es el destinado a cumplir con esa tarea.



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